Para los queridos alumnos de Seminario de Investigacion.
Dos intros a modo de ejemplo:
I. Introducción
Desde que el hombre es capaz de reconocerse a sí mismo, durante ese proceso de ser objeto y sujeto de estudio a la vez, se ha visto claramente influenciado por los distintos paradigmas que guían de una u otra forma el modo en que debe aproximarse a la realidad. Esta realidad puede verse notoriamente afectada por los intereses últimos de las personas que se encuentran inmersas en esta búsqueda y además, de manera muy substancial, por las consecuencias ulteriores que esto acarreará al aparato ideológico que se denomina ciencia.
A raíz de esto, la psicología humanista promueve el reconocimiento del hombre como la más importante de las variables que se pueden llegar a estudiar. Esto implica conocer al ser humano desde una postura más dinámica, en vez de inflexible y más integrada, en lugar de disgregada. La Terapia Gestalt que es parte de este movimiento humanista, que a su vez se compone de ideas que otras corrientes ofrecen, promueve este holismo, como señala Martínez (1983) “La Gestalt es una de las expresiones psicológicas del pensamiento existencial y su empleo en el campo clínico, cae en un marco existencial”. (p. 2).
Este carácter existencialista y vivencial que se involucran en este enfoque terapéutico, reconoce una evolución al holismo, a la integración, como señala Peñarrubia (2001), “Creo sinceramente que se está complicando el bosque y cada vez parece más una selva. Lo esencial del movimiento podría resumirse en lo que Naranjo denomina “una re-espiritualización de la psicología”, después de los excesos cientificistas. También considera la psicoterapia como una “conducción psico-espiritual” sin que pueda separarse el proceso psicológico del espiritual”.
Muchos autores, entre ellos Helminiak (2001) discurren sobre la espiritualidad como un fenómeno humano que es independiente de, aunque abierto, a la religión personal y la creencia en Dios. Plantea la espiritualidad como un fenómeno mental universal con una “normatividad” inherente, que puede, por lo tanto, ser legítimamente abordada como un aspecto que atañe a la psicología y no solamente a la teología y la religión. Una psicología de la espiritualidad ayudará a los terapeutas a enfocarse al explorar al cliente en los asuntos relevantes, delinear los compromisos de éste, reinterpretar y reflejar lo que no esté sano y así promover la integración personal, por ende de modo ipso facto, el crecimiento espiritual del cliente.
De hecho, según Miller (1999) para incrementar la posibilidad en cuanto a que los asesorados aborden la dimensión espiritual de sus vidas, un asesor psicológico deberá estar en capacidad de:
1. Explicar la relación entre religión y espiritualidad, incluyendo las similitudes y diferencias
2. Contextualizar culturalmente la descripción de las creencias y prácticas religiosas y espirituales.
3. Abocarse a la auto exploración de las propias creencias religiosas y espirituales de forma de aumentar la aceptación, la comprensión y la sensibilidad hacia el sistema de creencias del asesorado.
4. Describir la religión y/o espiritualidad personal y sistema de creencias a través de la explicación de varios modelos que den cuenta del desarrollo religioso/espiritual a lo largo de la vida.
5. Mostrar sensibilidad hacia y la aceptación de una variedad de expresiones religiosas y/o espirituales dentro del lenguaje verbal del asesorado.
6. Identificar los límites de la comprensión personal que se tiene acerca de la expresión espiritual de un asesorado, de igual modo, mostrar habilidades apropiadas para manejar referencias o fuentes posibles de referencia.
7. Evaluar la relevancia del campo espiritual dentro del trabajo terapéutico del asesorado.
8. Como corresponde, dentro del proceso de asesoramiento, se debe ser sensible y respetuoso en relación a las preferencias expresadas por el asesorado acerca de los temas espirituales
9. Utilizar las creencias espirituales de los asesorados en la consecución de las metas terapéuticas de acuerdo a las preferencias expresadas por el asesorado. (p. 500)
Aún cuando la importancia de encuadrar la relación en el asesoramiento está bien documentada y por lo tanto es bien conocida (Orlinsky, Grawe, y Parks, 1994; Sexton y Whiston, 1994 todos c.p. Hanna y Green, 2004) con frecuencia la espiritualidad, como un medio para generar confianza y una forma de fortalecer la relación dentro del asesoramiento, es pasada por alto.
De igual modo, un reservorio de intereses espirituales pudiera existir entre los terapeutas, que con frecuencia no lo expresan dado el marco seglar en el que se da la educación profesional y la práctica psicoterapéutica. El fenómeno, que se denomina “humanismo espiritual” pudiera sentar las bases para la incorporación de nuevas dimensiones en la práctica, que tiendan un puente y disminuyan la brecha cultural entre una profesión seglar y un público religioso/espiritual (Bergin y Jensen, 1990).
Este proceso de integración implica mantener una postura de apertura, tender puentes que amplíen nuestra visión, en lugar de establecer barreras. Entonces ¿también sería válido prestar atención a la dimensión espiritual de los seres humanos?. Como nos indica Horsfall (1997) las tendencias espirituales pudieran catalogarse como comunes entre nosotros, pero se desvirtúan en símbolos que expresamos enmascarados bajo distintas representaciones. Ya que las cogniciones espirituales, las emociones que éstas involucran y las conductas afloran dentro de cualquier tipo de terapia, sería conveniente que los terapeutas pudieran estar al tanto de sus propias convicciones y las de sus asesorados en esta área.
Los campos de hipnosis, bioretroalimentación, el entrenamiento en relajación, la psiconeuroinmunología, la fe, la oración y la espiritualidad tienen estudios científicos muy sólidos en la actualidad. Shealy, Norris y Fahrion (2004) aseveran que hay más de 100 mil artículos científicos que enfatizan los efectos de la mente sobre el cuerpo y del cuerpo en la mente.
Sin embargo, por cuanto apenas se comienzan a estudiar los poderes sanadores de la religión y la espiritualidad comenta Elkins (1999), obviamente se necesitan muchas más investigaciones para estimular a las organizaciones de la salud, terapeutas y pacientes a ver el valor del crecimiento espiritual para la salud mental.
Es por ello que las investigadoras han querido, con este trabajo, propiciar el estudio y abordaje del tema de la espiritualidad dentro del asesoramiento psicológico, mediante la construcción y validación de un instrumento para medir la espiritualidad. Ésta sería una herramienta complementaria a los múltiples instrumentos psicométricos de que hace uso el asesor psicológico y de suma utilidad para profundizar en el estudio de este tema y sus beneficios dentro del trabajo terapéutico.
Apenas se comienza a transitar este sendero, pero todo lo anterior nos señala en dirección a la integración, a un enfoque de inclusión que observe al ser humano no sólo desde sus aspectos tangibles, sino también desde aquellos intangibles que la psicología, especialmente la humanista, ha tratado persistentemente de asir.
LA SEGUNDA INTRO:
INTRODUCCIÓN
La Psicología surge como disciplina que pretende la comprensión del ser humano de manera integral, el cual vive una continua interacción consigo mismo como ente único e individual, y con los otros como ente social.
Dentro de los constructos fundamentales para explicar la naturaleza humana se encuentra la personalidad, definida como una organización de procesos dinámicos que crean patrones de conductas, pensamientos y sentimientos, ocurriendo en el interior del individuo (Carver y Scheier, 1997). Particularmente, diversos autores conceptualizan la percepción que el individuo tiene de dichas conductas, pensamientos y sentimientos como el autoconcepto o concepto de sí mismo, que representa la forma individual de interpretar, vivenciar y conducir las propias experiencias (Fierro, 1996; Franco, 1992; Rodríguez, 1988; Shavelson y Bolus, 1982; Zinker, 1991).
Entre estos autores que han expuesto sus ideas sobre el autoconcepto, y otros como Rogers (1966) y Beck, Steer, Epstein y Brown (1990), se le asignan características como ser modificable por las experiencias entre el individuo y el medio externo, la multidimensionalidad y la cualidad de expresarse a través de conductas observables.
Sin embargo, el autoconcepto no siempre se consideró como un concepto en sí mismo; en un principio se plantearon constructo como el “sí mismo”, “self” y “Yo”, conceptos que, para una Psicología “científica”, no eran válidos por ser subjetivos o mentalistas y no susceptibles a medición. Posteriormente la Psicología evoluciona, según Aldazoro (1992), permitiéndose incluir estos conceptos no empíricos, como legítimos y centrales dentro de sus líneas de investigación.
Además de ser, en un principio, incluido en otros conceptos más globales, también el autoconcepto ha sido igualado a otros constructos como el de la autoestima, variable psicológica considerada como determinante para el bienestar del individuo (Aldazoro, 1992). De igual forma, otros autores postulan que el autoconcepto y la autoestima no son iguales, mas entre ellos existe una estrecha relación (Franco, 1992).
Esta última perspectiva, es la que se acepta mayormente, desde que a finales del siglo XIX se propusieron algunas definiciones del constructo como variable diferenciada.
De esta manera, se percibe que el autoconcepto ha sido un objeto de la Psicología, contemplado dentro de otros constructos o definido como una variable diferenciada, especificando su tratamiento, formas de abordaje, investigación y teorías que lo expliquen. Paralelamente, este desarrollo teórico y práctico de la variable puede contemplarse como útil al fin último de la disciplina, que, como se dijo, puede resumirse en entender de algún modo la naturaleza humana.
Así, se expone una investigación basada en la aplicación de un programa de Psicoterapia Corporal diseñado para modificar el autoconcepto de estudiantes universitarios de la Universidad Central de Venezuela, que fue evaluado cuantitativa y cualitativamente con una medición pretest y postest a través un instrumento construido para tal fin, comparando al grupo experimental con un grupo control, conjuntamente con indicadores de materiales adicionales que reflejaron el proceso individual de cada participante y otras formas de registro específicas para conocer la eficacia del taller y el grado de cumplimiento de sus objetivos.
Todo esto se logra gracias a una revisión tanto de planteamientos teóricos como de resultados de algunas investigaciones referidas al tema de autoconcepto y Psicoterapia Corporal, así como la vinculación de todos estos con el Asesoramiento Psicológico, enfoque en el que se enmarca el presente estudio y con base en el cual se determinó la metodología empleada, cuya característica fundamental será su fundamento fenomenológico.
La Psicología surge como disciplina que pretende la comprensión del ser humano de manera integral, el cual vive una continua interacción consigo mismo como ente único e individual, y con los otros como ente social.
Dentro de los constructos fundamentales para explicar la naturaleza humana se encuentra la personalidad, definida como una organización de procesos dinámicos que crean patrones de conductas, pensamientos y sentimientos, ocurriendo en el interior del individuo (Carver y Scheier, 1997). Particularmente, diversos autores conceptualizan la percepción que el individuo tiene de dichas conductas, pensamientos y sentimientos como el autoconcepto o concepto de sí mismo, que representa la forma individual de interpretar, vivenciar y conducir las propias experiencias (Fierro, 1996; Franco, 1992; Rodríguez, 1988; Shavelson y Bolus, 1982; Zinker, 1991).
Entre estos autores que han expuesto sus ideas sobre el autoconcepto, y otros como Rogers (1966) y Beck, Steer, Epstein y Brown (1990), se le asignan características como ser modificable por las experiencias entre el individuo y el medio externo, la multidimensionalidad y la cualidad de expresarse a través de conductas observables.
Sin embargo, el autoconcepto no siempre se consideró como un concepto en sí mismo; en un principio se plantearon constructo como el “sí mismo”, “self” y “Yo”, conceptos que, para una Psicología “científica”, no eran válidos por ser subjetivos o mentalistas y no susceptibles a medición. Posteriormente la Psicología evoluciona, según Aldazoro (1992), permitiéndose incluir estos conceptos no empíricos, como legítimos y centrales dentro de sus líneas de investigación.
Además de ser, en un principio, incluido en otros conceptos más globales, también el autoconcepto ha sido igualado a otros constructos como el de la autoestima, variable psicológica considerada como determinante para el bienestar del individuo (Aldazoro, 1992). De igual forma, otros autores postulan que el autoconcepto y la autoestima no son iguales, mas entre ellos existe una estrecha relación (Franco, 1992).
Esta última perspectiva, es la que se acepta mayormente, desde que a finales del siglo XIX se propusieron algunas definiciones del constructo como variable diferenciada.
De esta manera, se percibe que el autoconcepto ha sido un objeto de la Psicología, contemplado dentro de otros constructos o definido como una variable diferenciada, especificando su tratamiento, formas de abordaje, investigación y teorías que lo expliquen. Paralelamente, este desarrollo teórico y práctico de la variable puede contemplarse como útil al fin último de la disciplina, que, como se dijo, puede resumirse en entender de algún modo la naturaleza humana.
Así, se expone una investigación basada en la aplicación de un programa de Psicoterapia Corporal diseñado para modificar el autoconcepto de estudiantes universitarios de la Universidad Central de Venezuela, que fue evaluado cuantitativa y cualitativamente con una medición pretest y postest a través un instrumento construido para tal fin, comparando al grupo experimental con un grupo control, conjuntamente con indicadores de materiales adicionales que reflejaron el proceso individual de cada participante y otras formas de registro específicas para conocer la eficacia del taller y el grado de cumplimiento de sus objetivos.
Todo esto se logra gracias a una revisión tanto de planteamientos teóricos como de resultados de algunas investigaciones referidas al tema de autoconcepto y Psicoterapia Corporal, así como la vinculación de todos estos con el Asesoramiento Psicológico, enfoque en el que se enmarca el presente estudio y con base en el cual se determinó la metodología empleada, cuya característica fundamental será su fundamento fenomenológico.
A MI MODO DE VER UNA INTRODUCCION "PERFECTA" SERIA UN HIBRIDO DE ESTAS DOS.
TAONADAMENTE.