Como ejemplo
de lo discutido en la última clase, traigo a colación uno solo de los tres apéndices
de la Obra Estado de Miedo, algún día colocare los otros dos, pero son muy
extensos en especial el Bibliográfico, pero son tan interesantes como este,
igualmente añadí una entrada reciente a
la bibliografía del autor en Wiki, donde hace referencia a la controversia ecológica
del autor.
MENSAJE DEL AUTOR
“Una novela como Estado de miedo, en la que
se expresan muchas opiniones divergentes, puede llevar al lector a preguntarse
cuál es la postura exacta del autor ante tales cuestiones. Llevo tres años
leyendo textos sobre el medio ambiente, una empresa en sí misma arriesgada.
Pero he tenido ocasión de consultar muchos datos y considerar muchos puntos de
vista. Estas son mis conclusiones:
Asombrosamente, es muy poco lo que sabemos
sobre cualquiera de los aspectos del medio ambiente, desde su historia pasada
hasta su estado presente, o cómo conservarlo y protegerlo. En todos los
debates, las distintas partes exageran el alcance de los conocimientos
existentes y su grado de certidumbre.
El dióxido de carbono atmosférico aumenta, y
la actividad humana es la causa probable.
Nos hallamos asimismo en medio de una
tendencia natural al calentamiento que se inició alrededor de 1850, cuando
salimos de una etapa fría de cuatrocientos años conocida como la «pequeña
glaciación».
Nadie sabe en qué medida la actual tendencia
al calentamiento podría ser un fenómeno natural.
Nadie sabe en qué medida la actual tendencia
al calentamiento podría deberse a la actividad humana.
Nadie sabe cuál será el índice de
calentamiento durante el presente siglo. Los modelos de ordenador presentan
oscilaciones del cuatrocientos por ciento, prueba inequívoca de que nadie lo sabe.
Pero si tuviese que arriesgar una conjetura —lo que hacen todos, en realidad—
diría que el aumento será de 0,812436 0e. No existe prueba alguna de que mi
suposición acerca del estado del mundo de aquí a cien años sea mejor o peor que
la de ningún otro. (No podemos «evaluar» el futuro, ni podemos «predecirlo».
Estos son eufemismos. Solo podemos hacer suposiciones. Una suposición bien
fundada sigue siendo solo una suposición.)
Sospecho que parte del calentamiento en
superficie observado se atribuirá en último extremo a la actividad humana.
Sospecho que el principal efecto humano se derivará del uso de la tierra, y que
el componente atmosférico será menor.
Antes de tomar decisiones políticas costosas
a partir de modelos sobre el clima, me parece razonable exigir que dichos
modelos predigan las temperaturas futuras con precisión para un período de diez
años. Mejor veinte.
Opino que creer en la inminente escasez de
recursos, después de doscientos años de falsas alarmas en esa dirección,
resulta extraño. No sé si en la actualidad esa creencia es atribuible a la
ignorancia de la historia, al dogmatismo anquilosado, a una malsana afición a
Malthus, o a simple testarudez, pero es sin duda un rasgo muy arraigado en el
cálculo humano.
Existen numerosas razones para abandonar los
combustibles fósiles, yeso haremos a lo largo del siglo sin legislación,
incentivos económicos, programas de conservación del carbono o las
interminables quejas de quienes se dedican a infundir miedo. Que yo sepa, nadie
tuvo que prohibir el transporte a caballo a principios del siglo xx.
Sospecho que la gente del año 2100 será
mucho más rica que nosotros, consumirá más energía, tendrá una población global
menor. Y disfrutará más de la naturaleza que nosotros. No creo que debamos
preocuparnos por ellos.
La actual preocupación casi histérica por la
seguridad es en el mejor de los casos un derroche de recursos y un obstáculo
para el espíritu humano, y en el peor de los casos una invitación al
totalitarismo. Se necesita con urgencia educación pública.
He llegado a la conclusión de que la mayoría
de los «principios» ecologistas (tales como el desarrollo sostenible o el
principio de precaución) tienen el efecto de preservar los privilegios
económicos de Occidente y constituyen, por tanto, el imperialismo moderno
respecto al mundo en vías de desarrollo. Son una manera sutil de decir: «Nos
salimos con la nuestra y ahora no queremos que vosotros os salgáis con la
vuestra, porque provocáis demasiada contaminación».
El «principio de precaución», debidamente
aplicado, excluye el principio de precaución. Es un contrasentido. Dicho
principio, pues, no es tan malo como parece.
Creo que la gente tiene buenas intenciones.
Pero siento un gran respeto por la corrosiva influencia del partidismo, las
distorsiones sistemáticas del pensamiento, el poder de la racionalización, los
disfraces del interés propio y la inevitabilidad de las consecuencias no
planeadas.
Siento más respeto por la gente que cambia
de punto de vista después de adquirir información nueva que por aquella que se
aferra a puntos de vista que mantenía treinta años atrás. El mundo cambia. Los
ideólogos y los fanáticos no.
En los aproximadamente treinta y cinco años
de existencia del movimiento ecologista, la ciencia ha experimentado una
importante revolución. Esta revolución ha permitido una nueva comprensión de la
dinámica no lineal, los sistemas complejos, la teoría del caos, la teoría de la
catástrofe. Ha transformado nuestra manera de pensar sobre la evolución y la
ecología. Sin embargo estas ideas que ya no son nuevas apenas han penetrado en
el pensamiento de los activistas de la ecología, que parecen extrañamente
estancados en los conceptos y la retórica de los años setenta.
No tenemos la menor noción de cómo conservar
lo que llamamos «naturaleza», y nos conviene estudiarlo en el terreno y
aprender cómo hacerlo. No veo prueba alguna de que estemos llevando a cabo tal
investigación de una manera humilde, racional y sistemática. Albergo, pues, pocas
esperanzas respecto a la gestión de la naturaleza en el siglo XXI. Considero
culpables a las organizaciones ecologistas en igual medida que a los promotores
inmobiliarios y las explotaciones a cielo abierto. No hay diferencia de
resultados entre la codicia y la incompetencia.
Necesitamos un nuevo movimiento ecologista,
con nuevos objetivos y nuevas organizaciones. Necesitamos más gente trabajando
sobre el terreno, en el medio ambiente real, y menos gente detrás de pantallas
de ordenador. Necesitamos más científicos y muchos menos abogados.
No puede esperarse que seamos capaces de
gestionar un sistema complejo como el medio ambiente a base de litigios. Solo
podemos cambiar su estado temporalmente —por lo general, impidiendo algo—, con
un resultado final que no podemos predecir y en último extremo no podemos
controlar.
Nada es más inherentemente político que el
medio físico que compartimos, y a nada puede servirse peor mediante la
filiación a un único partido político. Precisamente porque el medio ambiente es
compartido, no puede gestionarlo una única facción según sus preferencias
económicas o estéticas.
Tarde o temprano la facción opuesta asumirá
el poder y las medidas políticas anteriores se invertirán. Una gestión estable
del medio ambiente exige el reconocimiento de que todas las preferencias tienen
su lugar: los que van con motonieve y los que pescan con mosca; los que
practican el trial y los excursionistas; los promotores inmobiliarios y los
conservacionistas. Estas preferencias están enfrentadas, y su incompatibilidad
no puede eludirse. Pero resolver objetivos incompatibles es una de las
verdaderas funciones de la política.
Necesitamos con urgencia un mecanismo de
financiación imparcial y no predeterminado para llevar a cabo investigaciones
que establezcan la política adecuada. Los científicos son demasiado conscientes
de para quién trabajan. Quienes financian la investigación —sea una empresa
farmacéutica, una agencia gubernamental o una organización ecologista— tienen
siempre un resultado concreto en mente. La financiación de la investigación
casi nunca se realiza de manera incondicional y desprejuiciada. Los científicos
saben que la continuidad de la financiación depende de la presentación de los
resultados que desean quienes financian la investigación. A consecuencia de
ello, los «estudios» de una organización ecologista son tan tendenciosos y
sospechosos como los «estudios» de la industria. Los «estudios» del gobierno
son también tendenciosos, en función de quién dirija el departamento o la
administración en ese momento. Ninguna facción debe tener patente de corso.
Estoy convencido de que hay demasiada
certidumbre en el mundo.
Yo personalmente experimento un hondo placer
cuando estoy en la naturaleza. Todos los años mis días más felices son los que
paso en la naturaleza. Deseo que los espacios naturales se preserven para las
futuras generaciones. No tengo la seguridad de que vayan a preservarse en
cantidades suficientes o con aptitud suficiente. He llegado a la conclusión de
que los «explotadores del medio ambiente» incluyen las organizaciones
ecologistas, los organismos gubernamentales y las grandes empresas. Todas
tienen historiales igualmente lamentables.
Todo el mundo tiene una agenda. Excepto yo.”
Controversia
de la obra Estado de miedo (
WIKIPEDIA )
En Estado de miedo, del año 2004, Crichton pone de manifiesto su, en ese momento, activismo escéptico, orientado a denunciar lo que él considera el componente sensacionalista y religioso del ecologismo, así como la incursión de la política en el campo de la ciencia. Es, por ejemplo, muy crítico con el consenso científico que se supone que existe en torno a la actual teoría del calentamiento global.
Como excepción al estilo habitual de Crichton, esta novela, sin dejar de ser una novela, podría considerarse incluso un ensayo del autor con un gran volumen de información adicional y contrastada. Así, Crichton advierte que los pies de página son todos verdaderos y los acompaña con:
· Un
largo «Mensaje del Autor» (6 páginas) que engloba los puntos más importantes de
su opinión al respecto.
·
Un
apéndice de 8 páginas, sobre su opinión respecto de la «Politización de la
ciencia».
·
Dos
apéndices más, de 28 páginas, con las fuentes de los gráficos y la bibliografía
utilizada citando libros, revistas especializadas y estudios científicos.