domingo, 19 de junio de 2016

A MODO DE EJEMPLO



Como ejemplo de lo discutido en la última clase, traigo a colación uno solo de los tres apéndices de la Obra Estado de Miedo, algún día colocare los otros dos, pero son muy extensos en especial el Bibliográfico, pero son tan interesantes como este, igualmente añadí  una entrada reciente a la bibliografía del autor en Wiki, donde hace referencia a la controversia ecológica del autor.

MENSAJE DEL AUTOR

    “Una novela como Estado de miedo, en la que se expresan muchas opiniones divergentes, puede llevar al lector a preguntarse cuál es la postura exacta del autor ante tales cuestiones. Llevo tres años leyendo textos sobre el medio ambiente, una empresa en sí misma arriesgada. Pero he tenido ocasión de consultar muchos datos y considerar muchos puntos de vista. Estas son mis conclusiones:

    Asombrosamente, es muy poco lo que sabemos sobre cualquiera de los aspectos del medio ambiente, desde su historia pasada hasta su estado presente, o cómo conservarlo y protegerlo. En todos los debates, las distintas partes exageran el alcance de los conocimientos existentes y su grado de certidumbre.

    El dióxido de carbono atmosférico aumenta, y la actividad humana es la causa probable.

    Nos hallamos asimismo en medio de una tendencia natural al calentamiento que se inició alrededor de 1850, cuando salimos de una etapa fría de cuatrocientos años conocida como la «pequeña glaciación».

    Nadie sabe en qué medida la actual tendencia al calentamiento podría ser un fenómeno natural.

    Nadie sabe en qué medida la actual tendencia al calentamiento podría deberse a la actividad humana.

    Nadie sabe cuál será el índice de calentamiento durante el presente siglo. Los modelos de ordenador presentan oscilaciones del cuatrocientos por ciento, prueba inequívoca de que nadie lo sabe. Pero si tuviese que arriesgar una conjetura —lo que hacen todos, en realidad— diría que el aumento será de 0,812436 0e. No existe prueba alguna de que mi suposición acerca del estado del mundo de aquí a cien años sea mejor o peor que la de ningún otro. (No podemos «evaluar» el futuro, ni podemos «predecirlo». Estos son eufemismos. Solo podemos hacer suposiciones. Una suposición bien fundada sigue siendo solo una suposición.)

    Sospecho que parte del calentamiento en superficie observado se atribuirá en último extremo a la actividad humana. Sospecho que el principal efecto humano se derivará del uso de la tierra, y que el componente atmosférico será menor.
    Antes de tomar decisiones políticas costosas a partir de modelos sobre el clima, me parece razonable exigir que dichos modelos predigan las temperaturas futuras con precisión para un período de diez años. Mejor veinte.

    Opino que creer en la inminente escasez de recursos, después de doscientos años de falsas alarmas en esa dirección, resulta extraño. No sé si en la actualidad esa creencia es atribuible a la ignorancia de la historia, al dogmatismo anquilosado, a una malsana afición a Malthus, o a simple testarudez, pero es sin duda un rasgo muy arraigado en el cálculo humano.

    Existen numerosas razones para abandonar los combustibles fósiles, yeso haremos a lo largo del siglo sin legislación, incentivos económicos, programas de conservación del carbono o las interminables quejas de quienes se dedican a infundir miedo. Que yo sepa, nadie tuvo que prohibir el transporte a caballo a principios del siglo xx.

    Sospecho que la gente del año 2100 será mucho más rica que nosotros, consumirá más energía, tendrá una población global menor. Y disfrutará más de la naturaleza que nosotros. No creo que debamos preocuparnos por ellos.
   
    La actual preocupación casi histérica por la seguridad es en el mejor de los casos un derroche de recursos y un obstáculo para el espíritu humano, y en el peor de los casos una invitación al totalitarismo. Se necesita con urgencia educación pública.

    He llegado a la conclusión de que la mayoría de los «principios» ecologistas (tales como el desarrollo sostenible o el principio de precaución) tienen el efecto de preservar los privilegios económicos de Occidente y constituyen, por tanto, el imperialismo moderno respecto al mundo en vías de desarrollo. Son una manera sutil de decir: «Nos salimos con la nuestra y ahora no queremos que vosotros os salgáis con la vuestra, porque provocáis demasiada contaminación».

    El «principio de precaución», debidamente aplicado, excluye el principio de precaución. Es un contrasentido. Dicho principio, pues, no es tan malo como parece.

    Creo que la gente tiene buenas intenciones. Pero siento un gran respeto por la corrosiva influencia del partidismo, las distorsiones sistemáticas del pensamiento, el poder de la racionalización, los disfraces del interés propio y la inevitabilidad de las consecuencias no planeadas.

    Siento más respeto por la gente que cambia de punto de vista después de adquirir información nueva que por aquella que se aferra a puntos de vista que mantenía treinta años atrás. El mundo cambia. Los ideólogos y los fanáticos no.

    En los aproximadamente treinta y cinco años de existencia del movimiento ecologista, la ciencia ha experimentado una importante revolución. Esta revolución ha permitido una nueva comprensión de la dinámica no lineal, los sistemas complejos, la teoría del caos, la teoría de la catástrofe. Ha transformado nuestra manera de pensar sobre la evolución y la ecología. Sin embargo estas ideas que ya no son nuevas apenas han penetrado en el pensamiento de los activistas de la ecología, que parecen extrañamente estancados en los conceptos y la retórica de los años setenta.

    No tenemos la menor noción de cómo conservar lo que llamamos «naturaleza», y nos conviene estudiarlo en el terreno y aprender cómo hacerlo. No veo prueba alguna de que estemos llevando a cabo tal investigación de una manera humilde, racional y sistemática. Albergo, pues, pocas esperanzas respecto a la gestión de la naturaleza en el siglo XXI. Considero culpables a las organizaciones ecologistas en igual medida que a los promotores inmobiliarios y las explotaciones a cielo abierto. No hay diferencia de resultados entre la codicia y la incompetencia.

    Necesitamos un nuevo movimiento ecologista, con nuevos objetivos y nuevas organizaciones. Necesitamos más gente trabajando sobre el terreno, en el medio ambiente real, y menos gente detrás de pantallas de ordenador. Necesitamos más científicos y muchos menos abogados.

    No puede esperarse que seamos capaces de gestionar un sistema complejo como el medio ambiente a base de litigios. Solo podemos cambiar su estado temporalmente —por lo general, impidiendo algo—, con un resultado final que no podemos predecir y en último extremo no podemos controlar.

    Nada es más inherentemente político que el medio físico que compartimos, y a nada puede servirse peor mediante la filiación a un único partido político. Precisamente porque el medio ambiente es compartido, no puede gestionarlo una única facción según sus preferencias económicas o estéticas.

    Tarde o temprano la facción opuesta asumirá el poder y las medidas políticas anteriores se invertirán. Una gestión estable del medio ambiente exige el reconocimiento de que todas las preferencias tienen su lugar: los que van con motonieve y los que pescan con mosca; los que practican el trial y los excursionistas; los promotores inmobiliarios y los conservacionistas. Estas preferencias están enfrentadas, y su incompatibilidad no puede eludirse. Pero resolver objetivos incompatibles es una de las verdaderas funciones de la política.

    Necesitamos con urgencia un mecanismo de financiación imparcial y no predeterminado para llevar a cabo investigaciones que establezcan la política adecuada. Los científicos son demasiado conscientes de para quién trabajan. Quienes financian la investigación —sea una empresa farmacéutica, una agencia gubernamental o una organización ecologista— tienen siempre un resultado concreto en mente. La financiación de la investigación casi nunca se realiza de manera incondicional y desprejuiciada. Los científicos saben que la continuidad de la financiación depende de la presentación de los resultados que desean quienes financian la investigación. A consecuencia de ello, los «estudios» de una organización ecologista son tan tendenciosos y sospechosos como los «estudios» de la industria. Los «estudios» del gobierno son también tendenciosos, en función de quién dirija el departamento o la administración en ese momento. Ninguna facción debe tener patente de corso.

    Estoy convencido de que hay demasiada certidumbre en el mundo.

    Yo personalmente experimento un hondo placer cuando estoy en la naturaleza. Todos los años mis días más felices son los que paso en la naturaleza. Deseo que los espacios naturales se preserven para las futuras generaciones. No tengo la seguridad de que vayan a preservarse en cantidades suficientes o con aptitud suficiente. He llegado a la conclusión de que los «explotadores del medio ambiente» incluyen las organizaciones ecologistas, los organismos gubernamentales y las grandes empresas. Todas tienen historiales igualmente lamentables.

    Todo el mundo tiene una agenda. Excepto yo.”




Controversia de la obra Estado de miedo ( WIKIPEDIA )
    

En Estado de miedo, del año 2004, Crichton pone de manifiesto su, en ese momento, activismo escéptico, orientado a denunciar lo que él considera el componente sensacionalista y religioso del ecologismo, así como la incursión de la política en el campo de la ciencia. Es, por ejemplo, muy crítico con el consenso científico que se supone que existe en torno a la actual teoría del calentamiento global.

Como excepción al estilo habitual de Crichton, esta novela, sin dejar de ser una novela, podría considerarse incluso un ensayo del autor con un gran volumen de información adicional y contrastada. Así, Crichton advierte que los pies de página son todos verdaderos y los acompaña con:

·       Un largo «Mensaje del Autor» (6 páginas) que engloba los puntos más importantes de su opinión al respecto.

·         Un apéndice de 8 páginas, sobre su opinión respecto de la «Politización de la ciencia».

·         Dos apéndices más, de 28 páginas, con las fuentes de los gráficos y la bibliografía utilizada citando libros, revistas especializadas y estudios científicos.




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